viernes, 13 de mayo de 2016

Lecturas obligatorias o "vamos a hacer sufrir a los chavales un ratito"

¡Buenas! Hoy vengo con una entrada que no es una reseña literaria, ni un artículo como los de Vero, sino con algo que se parece más a una columna de opinión. Si buscáis mi nombre en la sección de quiénes somos *señala con la patita* veréis que de vez en cuando me enfado por cosas tontísimas, porque a eso he venido yo a este mundo, a sufrir cabrearme. Vale, no. Pero sí me enfado y, como todo hijo de vecino, me enfado por cosas que no me parecen tan tontas. En esta ocasión: las lecturas obligatorias en secundaria.

Todos los que hemos pasado por la educación secundaria obligatoria en el sistema español (y digo el sistema español porque es el que yo cursé y con el que estoy familiarizada, se admiten y agradecen contribuciones y experiencias de otros sistemas) recordaremos, con mayor o menor cariño, esa parte del curso en la que había que coger un libro y leérselo (o, si el libro era un tostón, leerse el resumen del Rincón del Vago) porque era lunes y había examen el miércoles. Yo me acuerdo. Y vosotros también, no seáis mentirosos.

Hablando con profesores de secundaria y bachillerato sobre el tema (como veis traslado mis ofensas y furias un poco a todo el mundo), sobre todo con mi madre, que además de madre es profe de lengua y estuvo mucho tiempo de jefa de departamento en su instituto, y todos acaban diciéndome más o menos lo mismo: las lecturas obligatorias están para animar a leer a los chavales. Yo antes me caía de culo al suelo, ojiplática y patidifusa. Ahora que llevo un par (mentira, cinco o seis) años dando la murga de vez en cuando con el tema ya me sale la respuesta automática: ¿me estáis vacilando?

Mi experiencia personal es la de una persona que lleva leyendo toda la vida. Bueno, cuando no sabía leer no, pero aprendí a leer muy pronto y en cuanto enganché un libro ya no los solté. Como todos, con altibajos y parones, pero siempre he estado leyendo algo, aunque sean las cajas de cereales. Sin embargo, los libros del instituto me producían una mezcla de sentimientos que se encontraba más o menos entre el sopor profundo y la intensa rabia. Hay libros buenos, les prometía a mis compañeros de clase. Nadie me creía.

Y, sinceramente, yo no me hubiera creído tampoco.

¿Por qué? Porque en la ESO me mandaron leer cosas tan ligeras como El conde Lucanor. De lectura obligatoria. Con un par. Y sé que no soy la única: conozco casos de profesores que mandan El barón rampante, de Calvino (no tengo ningún problema con Calvino, de hecho, cuando haga cincuenta entradas en las que acabe recomendando a todo el mundo Las ciudades invisibles os iréis dando cuenta) en tercero de ESO, y no seré yo la que venga a deciros que son malos libros, pero tampoco voy a ser la que os diga que son buenas elecciones. ¿Por qué?, me diréis. Porque estás en la ESO y porque posiblemente a más de la mitad de tus alumnos no les gusta leer. ¡Y es una realidad! Hay gente a la que no le gusta leer y no pasa nada. Bueno, sí pasa. Pasa que les estás torturando al hacerles leerse ciento y pico páginas del conde de marras dándole el coñazo al pobre Patronio, que además como gurú de la obra y el saber hacer tiene un par de tortas a veces. Y no contento con eso, después les haces un examen en el que les preguntas de qué color es el caballo blanco de Santiago. No, hombre no. O te gustan muy poco los niños, o te gusta muy poco la literatura o tienes un concepto de animar a leer a la altura del concepto de jugar a un juego de Jigsaw. O quieres vengarte del Ministerio construyendo adultos resentidos y que tienen flashbacks del libro en forma de pesadillas para ayudarte con tu plan de dominación mundial. De verdad que no se me ocurren más razones.


Y, hablando de ocurrirse más cosas, ¿a nadie se le ocurren alternativas? ¿Nada? ¿Ya no hay nadie que escriba literatura juvenil que pueda llamar la atención de verdad de los chicos de la ESO de ahora? ¿La última fue Susan E. Hinton en el 66 con Rebeldes (otro que tiene tela marinera pero del que no voy a hablar para que no me apedreéis)? ¿Qué hay de los cómics? Eso es leer, y acercar a la lectura de una manera diferente y, qué queréis que os diga, bastante más atractiva que un libro de Cátedra en segundo de la ESO. No estoy diciendo que sea exclusivo, ni que mi experiencia y mi opinión sean válidas universalmente, pero sí me pregunto, a mí y a todos los que os gustó el 100% o el 90% de los libros que os mandaron en el instituto, ¿os gustaba ya leer de antes o fueron estos maravillosos clásicos del año de Maricastaña los que os lanzaron a los brazos de otros libros (espero, más interesantes)? Si alguno de vuestros profesores consiguió enganchar a alguien a la lectura con un bodrio de quinientas páginas: llamad al Papa, que seguro que lo canoniza.

3 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Tienes mucha razón en todo lo que dices. Yo recuerdo que a mí en quinto de primaria me internaron hacer leer el Quijote, y no una versión adaptada, me hicieron leer el tocho de Cervantes. Recuerdo a mi madre quejándose porque era imposible hacerle leer a una niña de 10 u 11 años dicha novela. Y es que es verdad, si lo que se pretende es fomentar la lectura, deberían escoger libros más adaptados a la edad de los estudiantes. También hay clásicos muy entretenidos que seguro que pueden gustar.
    ¡Muy buena la entrada!
    ¡Un beso!
    Abril.

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  2. ¡Hola! Me ha encantado la entrada, y aquí me quedo, te sigo!

    Me gustaría que te pases por mi blog para ver qué te parece y si te gusta, sígueme por favor.

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    Un abrazo y muchísimas gracias.

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