¡Buenas! Hoy vengo
con una entrada que no es una reseña literaria, ni un artículo como los de
Vero, sino con algo que se parece más a una columna de opinión. Si buscáis mi nombre en la sección de quiénes somos *señala con
la patita* veréis que de vez en cuando me enfado por cosas tontísimas, porque a
eso he venido yo a este mundo, a sufrir cabrearme. Vale, no. Pero sí me
enfado y, como todo hijo de vecino, me enfado por cosas que no me parecen tan
tontas. En esta ocasión: las lecturas obligatorias en secundaria.
Todos los que
hemos pasado por la educación secundaria obligatoria en el sistema español (y
digo el sistema español porque es el que yo cursé y con el que estoy
familiarizada, se admiten y agradecen contribuciones y experiencias de otros
sistemas) recordaremos, con mayor o menor cariño, esa parte del curso en la que
había que coger un libro y leérselo (o, si el libro era un tostón, leerse el
resumen del Rincón del Vago) porque era lunes y había examen el miércoles. Yo me
acuerdo. Y vosotros también, no seáis mentirosos.
Hablando con
profesores de secundaria y bachillerato sobre el tema (como veis traslado mis
ofensas y furias un poco a todo el mundo), sobre todo con mi madre, que además
de madre es profe de lengua y estuvo mucho tiempo de jefa de departamento en su
instituto, y todos acaban diciéndome más o menos lo mismo: las lecturas obligatorias están para animar a leer a los chavales. Yo
antes me caía de culo al suelo, ojiplática y patidifusa. Ahora que llevo un par
(mentira, cinco o seis) años dando la murga de vez en cuando con el tema ya me
sale la respuesta automática: ¿me estáis
vacilando?
Mi experiencia
personal es la de una persona que lleva leyendo toda la vida. Bueno, cuando no
sabía leer no, pero aprendí a leer muy pronto y en cuanto enganché un libro ya
no los solté. Como todos, con altibajos y parones, pero siempre he estado
leyendo algo, aunque sean las cajas de cereales. Sin embargo, los libros del
instituto me producían una mezcla de sentimientos que se encontraba más o menos
entre el sopor profundo y la intensa rabia. Hay
libros buenos, les prometía a mis compañeros de clase. Nadie me creía.
Y, sinceramente,
yo no me hubiera creído tampoco.
¿Por qué? Porque
en la ESO me mandaron leer cosas tan ligeras como El conde Lucanor. De lectura obligatoria. Con un par. Y sé que no
soy la única: conozco casos de profesores que mandan El barón rampante, de Calvino (no tengo ningún problema con
Calvino, de hecho, cuando haga cincuenta entradas en las que acabe recomendando
a todo el mundo Las ciudades invisibles
os iréis dando cuenta) en tercero de ESO, y no seré yo la que venga a deciros
que son malos libros, pero tampoco voy a ser la que os diga que son buenas
elecciones. ¿Por qué?, me diréis. Porque estás en la ESO y porque posiblemente
a más de la mitad de tus alumnos no les
gusta leer. ¡Y es una realidad! Hay gente a la que no le gusta leer y no pasa
nada. Bueno, sí pasa. Pasa que les estás torturando al hacerles leerse
ciento y pico páginas del conde de marras dándole el coñazo al pobre Patronio,
que además como gurú de la obra y el saber hacer tiene un par de tortas a
veces. Y no contento con eso, después les haces un examen en el que les
preguntas de qué color es el caballo blanco de Santiago. No, hombre no. O te
gustan muy poco los niños, o te gusta muy poco la literatura o tienes un
concepto de animar a leer a la altura
del concepto de jugar a un juego de
Jigsaw. O quieres vengarte del Ministerio construyendo adultos resentidos y que
tienen flashbacks del libro en forma de pesadillas para ayudarte con tu plan de
dominación mundial. De verdad que no se me ocurren más razones.
Y, hablando de
ocurrirse más cosas, ¿a nadie se le ocurren alternativas? ¿Nada? ¿Ya no hay
nadie que escriba literatura juvenil que pueda llamar la atención de verdad de
los chicos de la ESO de ahora? ¿La última fue Susan E. Hinton en el 66 con Rebeldes (otro que tiene tela marinera
pero del que no voy a hablar para que no me apedreéis)? ¿Qué hay de los cómics?
Eso es leer, y acercar a la lectura de una manera diferente y, qué queréis que
os diga, bastante más atractiva que un libro de Cátedra en segundo de la ESO.
No estoy diciendo que sea exclusivo, ni que mi experiencia y mi opinión sean
válidas universalmente, pero sí me pregunto, a mí y a todos los que os gustó el
100% o el 90% de los libros que os mandaron en el instituto, ¿os gustaba ya
leer de antes o fueron estos maravillosos clásicos del año de Maricastaña los
que os lanzaron a los brazos de otros libros (espero, más interesantes)? Si alguno de vuestros profesores consiguió enganchar a alguien a la lectura con un bodrio de quinientas páginas: llamad al Papa, que seguro que lo canoniza.
¡Hola!
ResponderEliminarTienes mucha razón en todo lo que dices. Yo recuerdo que a mí en quinto de primaria me internaron hacer leer el Quijote, y no una versión adaptada, me hicieron leer el tocho de Cervantes. Recuerdo a mi madre quejándose porque era imposible hacerle leer a una niña de 10 u 11 años dicha novela. Y es que es verdad, si lo que se pretende es fomentar la lectura, deberían escoger libros más adaptados a la edad de los estudiantes. También hay clásicos muy entretenidos que seguro que pueden gustar.
¡Muy buena la entrada!
¡Un beso!
Abril.
¡Hola! Me ha encantado la entrada, y aquí me quedo, te sigo!
ResponderEliminarMe gustaría que te pases por mi blog para ver qué te parece y si te gusta, sígueme por favor.
http://buscandotelibro.blogspot.com.ar/
http://pensamientosenelahora.blogspot.com.ar/
Un abrazo y muchísimas gracias.
Hola!
ResponderEliminarTe sigo, me sigues?
Un beso.